Hace 2 años tomé la decisión de salir de Whatsapp y uso la palabra “salir” porque la sensación que tengo es como si hubiese dejado el alcohol o me hubiese escapado de una secta.
Cuando empecé a usar este servicio de mensajería me pareció cómodo, interesante, un gran avance, pero pronto vi su cara B y fui sumando motivos para dejarlo, aunque realmente la gota que colmó el vaso y me dio impulso definitivo fue al inicio de la pandemia: los bulos me estaban causando mucho malestar y me enfadó muchísimo haber caído en uno que ahora viéndolo con perspectiva era pura basura.
Como decía, no fue el único motivo, otros factores de decisión fueron:
- Inseguridad informática: no tenía clara la nueva política de privacidad y uso de datos (de 2020) y ya había visto un par de casos cercanos a los que les habían suplantado la identidad (no estoy relacionando una cosa con la otra, simplemente son dos factores de una misma motivación).
- Saturación cognitiva: recibir tanta información y por tantos canales me resultó ineficiente y agotador. Ya no solo era el hecho de encontrarme lo mismo en varias redes sociales sino recibir los mismos mensajes a través de distintos grupos y personas dentro del propio Whatsapp, me estaba despistando mucho del trabajo y los estudios.
- Falta de privacidad: una persona quería hacer una lista de distribución y lo que hizo fue meter a varios de sus contactos en un grupo, con lo cual varias personas tenían mi número de teléfono sin que yo se lo hubiese dado. Por otra parte, no me sentía nada cómoda ni recibiendo mensajes de trabajo en fines de semana, ni que se supiera cuándo estaba conectada, incluso en el ámbito personal me sentía invadida.
- Ansiedad: me parecía que tenía que leerlo todo y contestar a todo. También me daba una mezcla de estrés y rabia recibir fotos que no había pedido y al darle a abrir encontrarme con alguna burrada, una tontería o algo muy desagradable.
Había personas que me mandaban un correo electrónico y si no les contestaba enseguida me mandaban un mensaje por el chat, no me daban un respiro. - Falta de autocontrol: llegué al punto en el que “desayunaba” Whatsapp, era lo primero que hacía en el día y por supuesto lo último que hacía en la noche. También pienso en mensajes que escribí y en audios que grabé en momentos de mucha presión y creo que me equivoqué, el enfado me hizo decir cosas de una forma totalmente equivocada.
- Huella de carbono digital: los datos contaminan y si separo los residuos de casa para tirarlos en distintos contenedores pues me parece coherente evitar gastos innecesarios, lo cuento en El elefanTIC en la habitación.
Con todo ello borré la cuenta y desinstalé la aplicación del móvil; en ese momento tuve la primera sensación de estar en una secta porque no hay manera de borrar el rastro de Whatsapp. Los mensajes que ya había enviado se le quedan en el historial a las personas con las que tuve conversaciones, si alguien pasa por esta aplicación la única manera que tiene de salirse de verdad es que todos sus contactos borren su huella, algo un poco complicado.
Whatsapp no informa a los contactos que te has salido de la aplicación, así que las personas piensan que te has quitado la foto de perfil, que estás de viaje en un país sin internet o que les has bloqueado. Esa falta de información es uno de los principios de la brecha digital: dejar al público desconcertado.
En cuanto a la adicción, no lo había visto claro hasta que al día siguiente cogí el móvil y me puse a buscar Whatsapp, tardé un segundo en darme cuenta de que ya no tenía instalada la aplicación, tenía un problema que no había reconocido.
Estos 2 años me han supuesto un descanso y me han permitido dedicarme a otras cosas, también estoy disfrutando mucho más de la vida y de las relaciones personales con la gente que realmente me importa.
Ha sido divertido explicarles a varias personas las alternativas que tienen por ejemplo para mandarme fotos de trabajo y han sido curiosas algunas llamadas de amistades para preguntarme si me había pasado algo.
Pero como he comentado, todo tiene una cara B y veo cómo eso de no usar Whatsapp es una barrera que confirma la falta de accesibilidad digital y social.
Lo último que me ha ocurrido es que he querido hacer una reclamación a Movistar por escrito y no me dan esa alternativa, han quitado el formulario de contacto. He llamado para preguntar opciones y la persona que me atendió ni siquiera sabía que en el área privada de la compañía en la zona de reclamaciones directamente remite a Whatsapp.
Le pregunté por los canales para personas que con discapacidad auditiva que no tuvieran un teléfono inteligente y me contestó “pueden ir a la tienda”, así que le pregunté si había atención con lengua de signos y me dijo “ya le acompañará alguien”. Esto me enfadó porque en primer lugar eso no es autonomía personal (hay normativa al respecto), en segundo lugar, porque el contrato lo tengo con Movistar, no entiendo por qué tengo que suscribirme a un servicio de mensajería que no quiero usar y con el que no quiero tener relación.
No me parece mal que las empresas ofrezcan ese servicio de atención al cliente, lo que me espanta es que tengas que pertenecer a la cofradía.
Y parece algo muy generalizado, estos son los comentarios que más recuerdo con mi respuesta en ese momento:
- ¿Cómo puedes vivir sin Whatsapp? Mientras respire, me lata el corazón, tenga qué comer y dónde dormir…
- ¿Entonces con qué te comunicas? Con dos tecnologías revolucionarias: el teléfono y el correo electrónico.
- ¿En vez de Whatsapp qué tienes, Signal, Telegram? No, no tengo ninguna herramienta de acoso.
- ¿Qué pena, entonces te perderás cosas? (risas sin comentarios).
- ¿Y cómo voy a llegar al sitio si no me mandas la ubicación? Con la dirección, te la digo.
¿Ya pero cómo voy a hacer para llegar? Te mando la dirección por correo electrónico.
¿Pero cómo la pongo en Google Maps? ¡Paso a buscarte!!!
Esto último me mostró otro factor de la brecha, no solo porque esta persona le costaba el tema digital, sino porque desde mi punto de vista Whatsapp la había vuelto “inútil”. Me gusta hacer la comparación con el uso de la calculadora, si te acostumbras mucho ya no puedes hacer operaciones mentales sencillas, hasta sumar se vuelve una odisea.
En temas sociológicos no tengo ni idea, creo que ya hay muchas personas que están estudiando el impacto de las redes sociales y no me voy a meter en ese jardín. Solo puedo hablar a título personal y a veces me siento como una exfumadora cuando veo a las personas con el móvil, pienso: ¡arggghhh!!!
Prefiero mil veces tomarme un café con alguien y que me enseñe sus fotos de las vacaciones que recibirlas al momento, pero entiendo a aquellas personas que se les ha creado una necesidad inmediata de compartir.
Que cada cual haga lo que considere mejor para su vida, lo que no puede ser es que no proporcionemos alternativas de comunicación a quienes lo necesitan o que lo han decidido así.
La falta de accesibilidad es discriminación.
Y hablando de discriminación finalizo con otra anécdota: participé en un festival de creatividad y pedí que me enviasen la información por correo, algo que hicieron muy amablemente pero solo lo hicieron una vez. Resulta que el día anterior al evento había una cena con ponentes y claro, la invitación solo se envió por Whastapp.
No me dio pena perderme esa cena y desde luego no siento ninguna pena al no recibir 100 mensajes al día, ni participar en conversaciones vacías, ni que me cancelen reuniones 5 minutos antes con una excusa barata…no, eso no me apena.
Lo que realmente me apena es que vamos atrás en la accesibilidad, creando barreras donde no las había y eso sí que es perderse algo.
P.D. Después de escribir este post me encontré este vídeo, serendipia:
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